martes, 10 de febrero de 2015

Daños a la salud del Dióxido de Azufre:

Al respirar aire que contiene dióxido de azufre, éste pasa al interior del cuerpo a través de la nariz y los pulmones. Llega fácil y rápidamente a la corriente sanguínea a través de los pulmones. Una vez dentro del cuerpo, se degrada a sulfato y es excretado en la orina.
Los estudios realizados en animales expuestos al dióxido de azufre han descrito efectos respiratorios similares a los observados en seres humanos. La exposición a concentraciones más altas produce síntomas más graves, tales como disminución de la frecuencia respiratoria, inflamación o infección de las vías respiratorias y destrucción de áreas del pulmón.
Las personas asmáticas que hacen ejercicios físicos son susceptibles a los efectos respiratorios de concentraciones relativamente bajas (650 μg/m3 -0.25 ppm-) de dióxido de azufre.
La mayoría de los efectos de la exposición en adultos (por ejemplo, dificultad para respirar, alteración del ritmo respiratorio, y ardor de la nariz y la garganta) también es probable que se produzcan en niños, pero se desconoce si los niños son más susceptibles que los adultos.
Pero los niños pueden estar expuestos a cantidades de dióxido de azufre mayores que los adultos porque inhalan más aire por unidad de peso corporal que los adultos. Además los niños hacen ejercicio con más frecuencia que los adultos. El ejercicio aumenta la frecuencia respiratoria, por lo que cuanto más dióxido de azufre penetra en los pulmones el efecto es mayor. El estado de salud de las vías respiratorias de la persona y no la edad determinan la susceptibilidad a los efectos de respirar dióxido de azufre. Esto significa que los adolescentes con buena salud (entre 12 y 17 años) no son más susceptibles a los efectos de respirar dióxido de azufre que personas de edad con buena salud.
Se sabe que personas asmáticas que realizan ejercicio son susceptibles a bajas concentraciones. Por lo tanto, se espera que los niños asmáticos sean más susceptibles. Además, el asma aparece con mayor frecuencia, en niños entre 8 y 11 años de edad, y en personas que viven en áreas urbanas.

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